lunes, 13 de agosto de 2012

El transporte en la ciudad

Las grandes distancias de las ciudades exigieron desde sus inicios nuevos medios para recorrerlas, y los caminos de terracería, que además de ensuciar los zapatos dificultaban los traslados, abrieron paso al pavimento. La incipiente selva de concreto desterró muy pronto a los caballos y las carretas, y éstos regresaron, de las colonias empedradas, a las veredas de los ranchos y las haciendas.

Las ciudades se amoldaron al capricho de los automóviles, quienes, igual que los caballos, dejaron mojones a su paso, pero en forma de semáforos y señalizaciones de tránsito. Las casas, los árboles y los peatones se protegieron de las nuevas calles y avenidas mediante puentes peatonales, camellones y banquetas, porque siempre han estorbado a los choferes.

En ninguna ciudad alcanzan las calles para todos los automóviles, y nunca éstos son suficientes para todos sus habitantes. Los nuevos medios de transporte necesitaban llevar cientos de personas en menos viajes: nacieron el tranvía, los colectivos, los Ruta 100, el Tren ligero, el Metro, los peseros y el Metrobús.

La ciudad le estorbó tanto al Metro que decidió ir por debajo de la tierra o por el aire, y sólo cuando hay suficiente espacio sale y convive con los autos. Los usuarios son pretextos para recorrer la ciudad, el Metro avanza igual si está vacío o si no entra una persona más a pesar de que sigan empujando.

Cuando se afirma que una ciudad sigue renovándose es porque los medios de transporte aún no encuentran su camino: si se construye un nuevo puente es porque los autos se cansaron del primero, una nueva avenida tira casas y derrumba árboles para que lleguemos más rápido a nuestro destino; cualquier  terreno abandonado por el hombre se convierte un día, sin previo aviso, en estacionamiento público, privado o descarado paradero de camiones.

Mientras las ciudades siguen avanzando hacia el transporte del futuro, que no contamina, no hace ruido, no demora, y más allá, a lo lejos, como en un sueño, el que vuela por la ciudad, esquivando edificios, casas y peatones sin bajar la velocidad, el peatón imagina un sendero por el campo y unos zapatos sucios por la tierra.

Leonardo Carabel

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